viernes, 11 de julio de 2014

Critica "Cactus Orquídea" (Espectáculos de Acá - Argentina)

De las vueltas-

Las semillas de la abuela vienen de la India y están dentro de una bolsita de tela blanca. Nadie sabe cómo obtuvo las semillas, pero para ella parecen ser un recuerdo muy valioso.
Y las cosas pasan de mano en mano. Se prestan o se regalan o se pierden. Los objetos se desvanecen con el tiempo, al igual que algunas relaciones. Cualquier enjambre de amigos empezó siendo siempre un grupo de desconocidos desparramados por ahí. Es la vida y el tiempo y el destino quienes se encargan de unir y separar a las personas. Como un aparente juego de azar con una lógica perfecta.
"Cactus Orquídea" dibuja estos procesos. A base de dos personajes empiezan a surgir las historias de quienes los rodean. Multiplicando así sus historias, donde entre sí se conocen y se enamoran, se alejan y se amigan, se desenamoran y se distancian.
La dramaturgia y dirección es de Cecilia Meijide, quien se propone llegar a fondo. La escenografía parece ser unas maderas en el suelo, pero que luego se pliegan y se levantan y toman vida propia: escritorios, barras de bares, sucursales de bancos, esquinas de barrio. Las puertas caminan junto a los actores y ellos son quienes manejan la música que danza en sus diálogos. La iluminación muta suavemente tiñendo las emociones de los personajes que se exponen frente a las distintas situaciones.
Cecilia Meijide nos muestra como detrás de diversas formas sus personajes viven los mismos acontecimientos. Todos disfrazan su soledad a modo de alcanzar el objetivo: ser ganadores, vencedores, triunfadores. Alcanzar el éxito en el trabajo, en el amor, en el mundo entero. Cuando, íntimamente, no hacen más que acentuar sus inseguridades.
"Cactus Orquídea" posee un hilo de historia tan delgado como el de una flor diminuta y frágil. Y hay algo cinematográfico en la obra, tal cual la película "Magnolia" o "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos". El tiempo se quiebra y las actores viajan del pasado al futuro, de un lado a otro, con tanta espontaneidad como si estuvieran improvisando frente al espectador. Meijide elige darles ruedo, y los motiva, y los empuja hacia donde ellos no desean ir, y es hábil en demostrar las vueltas ingeniosas del destino.
Una de las semillas de la India guardadas en la bolsita de tela blanca, es una flor que al ser plantada y cuidada por una persona que sufre una ausencia de amor, ésta, al florecer, une nuevamente a los dos enamorados desencontrados.
"Cactus Orquídea" habla de esa magia. De hacerse cargo y regar y cuidar al propio destino, sea cual sea, aún él nos llene de ausencia. Ya que a la larga no hay mucho que perder: uno nace solo, y vive buscando. Confiando en el destino.



Sabados 22:30 hs 
Teatro Anfitrión 
Venezuela 3340 
Reservas: 4931-2124 

Ficha técnica 
Actúan: Ignacio Bozzolo, Nacho Ciatti, Laila Duschatzky, María Estanciero, Gastón Filgueira 
Entrenamiento físico: Damiana Poggi 
Música Original: Guillermina Etkin 
Escenografía: Javier Drolas, Soledad Ruiz Calderón 
Iluminación: Santiago Badillo 
Objetos: Mariana Meijide 
Vestuario: La Polilla (Gustavo Alderete, Natalia Gonzalez, Rodrigo Lico Llorente, Macarena Rodriguez, Carla Romano, María Eugenia Carbajal) 
Diseño Gráfico: Barbie Delfino 
Prensa: Correydile 
Asistencia de Dirección: Jimena Ducci 
Dramaturgia y Dirección: Cecilia Meijide 
Duración: 60 minutos 
Facebook/ Cactus Orquidea 



Escrito por Fede Frisach
publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar

Critica: "Henry Returns" (Espectáculos de Acá - Argentina)

"Trópico en Boedo"

Henry Miller es un escritor estadounidense nacido a fines de 1800. Sus obras fueron el reflejo de una sociedad colapsada y dio pie a una revolución artística que cambió el mundo entero. Los beatneaks -bohemios- que enfrentaron la violencia del establishment con rock, literatura y liberación sexual.
Por eso, para muchos, Miller es simplemente un obsesivo sexual, para otros, un anarquista más. Lo cierto es que cambió la forma de encarar la literatura en una época rígida, llena de tabúes y miedos. Al igual que su sociedad en crisis, Miller reflejó las asperezas de un individuo solitario, agotado del trabajo, que entre jornada y jornada empezaba a dejar ver indicios de lo que podría ser una necesidad espiritual.
"Henry Returns" es una invitación a la mente y alma del escritor. Como en sus libros, la obra está repleta de sexo, ingenio, y sobre todo de una estima a la inteligencia del espectador.
En escena se sienta un guitarrista, solitario, interpretando canciones que se apagan lentamente para dar lugar a cinco actores -Diego Solari, Gustavo Sternischin, Ariel Djemjemian, Fabio Duré y Gustavo Manzanal quien dirige y escribe la obra.
Los cinco se complementan para enunciarlo a Miller en sus textos, frases, párrafos, dando la sensación que uno está sentado frente al escritor, observando las voces que salen de su cabeza a la hora de escribir.
Violento, promiscuo, meditativo, todas las facetas de Miller se desnudan junto a su "mal gusto", que no es más que la ridiculización a los "más medios" -como él llama a las personas comunes, demostrando, por debajo, una inteligencia y sensibilidad dotadas de ingenio.
Gustavo Manzanal es quien lleva la ropa y cara de Henry Miller. Se anima a introducirse con mucho respeto dentro del escritor. Elige sus textos característicos: la critica al Estado, a las guerras, a las familias, a la religión, a la moral. Nos muestra su pasional pornografía y sus viajes llenos de locuras y alcohol. Nos muestra sus textos sensibles, como poesías escondidas en el medio de la noche. Los llantos de Miller, los gritos de Miller, los ataques de impotencia de Miller. Sus borracheras, sus reflexiones lúcidas, sus amores perdidos.
No es un dato menor que Miller fue contemporáneo a las bombas atómicas y a una sociedad que se creía desaparecida gracias a las de hidrógeno. Aun así él toma una ingeniosa distancia, necesaria, y observa el contexto como un metafísico o un místico. "El hombre es de la tierra" "Todo es Cosmos". Manzanal lo sabe. Y por eso lleva a su personaje a desnudar el corazón, comprendiendo las circunstancias, perdonando profundamente a su familia -una sociedad dominada por el miedo.
Y todos los caminos nos llevan a un Miller en contacto con la música. Generando así para el espectador un letargo dulcísimo donde los actores interpretan con sus instrumentos un especie de loco free-jazz (tal como luego los beatneaks tocarían en todos los bares nocturnos de Estados Unidos). Los climas se alargan bajo la música y las frases recitadas de Miller. Las luces cambian de color, la intensidad corta el aire, los actores se mueven en su lugar como si estuvieran en Nueva York tocando para una audiencia. El espectador tiene la sensación de estar viviendo algo.
"Henry Returns" trabajó mucho para explotar cada frase de Miller. No sólo vemos la expresión corporal, sino que hay juego de luces, de imágenes proyectadas, de música, de ingenio en aprovechar el espacio, y sobre todo una emoción cariñosa de parte de Manzanal hacia Henry Miller. Es una obra digna de respeto para quien fue uno de los más grandes escritores estadounidenses de todas las épocas. Guste leerlo o no, lo cierto es que las décadas pasan y las obras de Miller no son digeridas del todo aún. Para sentirlo quizás haya que despertar un poco más el alma y no asquearse: Al fin y al cabo sus obras sólo están dedicadas al amor.


Escrito por Fede Frisach
Publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar


Critica: "Dejarse Herir" (Espectáculos de Acá - Argentina)

Por las astas”


Vencer la muerte es un oficio bravo. Pararse frente al público, desenvainar la espada y enfrentar una bestia es para pocos. Antonio Castillo Navarra es uno de ellos. Un torero nato. Un ganador. Un matador de toros aclamado.
El matador es un hombre derecho que no cae en estupideces. No llora, no sufre, no duda. El matador no le teme a la muerte. Y al contrario, va a su encuentro. Porque es fuerte. Es digno de fama, de reconocimiento. Merece mujeres, aplausos, fortuna. Merece todas las rosas que vuelan sobre las butacas que esperan expectantes ver sangre en la arena.
En “Dejarse herir”, Antonio Castillo Navarra se encuentra con la otra cara del espectáculo. No se muestra triunfante levantando la muerte con sus dos gloriosas manos. Sino que se encuentra abatido, desplomado sobre una silla. Le acercan agua, lo observan de lejos. Al parecer recibió una embestida de toro y tiene un cuerno incrustado dentro de su pecho. La herida es profunda. Algunos de sus conocidos lo observan. ¿Está agonizando? Es imposible saberlo. Él se mueve. Todavía tiene fuerzas para hablar, se para y camina observando su propia sombra proyectada en la pared. Alza la voz y recuerda su niñez. Un padre que siempre esperó a un hijo macho y torero. Un tío bravo que le enseñó a matar. Un primer amor vencido por las circunstancias, y una inocencia olvidada desde joven y que nunca más volvió a encontrar luego de matar con su propia espada.
Bajo la dirección de Catalina Larralde, Patricio Ruiz es quien escribe la obra y la interpreta. La transpiración de su rostro es real, y grita, ríe a carcajadas, canta y suelta lagrimas que caen por sus mejillas manteniendo la mirada firme al espectador. Federico Ochoa es quien lo acompaña con la guitarra y el cajón peruano y Ángeles Ruiz es quien baila y camina por los alrededores al ritmo de las castañuelas. El espectáculo parece un acto hipnótico endulzado por la pasión de Ruiz, quien se mete dentro de la carne y del alma de un torero que detiene su locura para reflexionar: ¿qué he hecho con mi vida?.
Ante cualquier persona parecería haber un deber ser. Una obligación que toma al humano y lo convierte en una maquina perfecta en hacer lo que los demás quieren que se haga. Ruiz nos entrega un personaje quebrado que descree en su hacer. Que se pregunta porqué dejó ir al amor de su vida. Que traga el llanto y recuerda la primera vez que su padre lo tocó sin violencia alguna. En un acto de conciencia aquí vemos al hombre aterrorizado por todo lo que hace y deja para los demás. Vemos a un matador de toros, valiente, osado, “bien macho”, que se desploma en una actuación admirable.
En una escenografía escasa pero llena de criterio en la sala del Abasto Social Club en pleno Almagro, Catalina Larralde y Patricio Ruiz combinan sus dones para lograr un excelente clima en “Dejarse herir”. Una obra con mucho talento, técnica y trabajo. Una obra fuerte, profesional. 100 % recomendable.


Escrito por Fede Frisach
Publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar

Critica: "En el fondo" (Espectáculos de Acá - Argentina)

“A carne viva”

Flora cumple veinte años y Pedro la lleva a conocer lo que será su nueva casa. Una habitación sucia, escasa de muebles, pero que tiene como centro una cama.
El mismo fuego que los une parece ser el mismo que los mantiene distanciados. Ambos discuten a los gritos para terminar perdonándose. Nadie duda de la validez de su amor. Existe. Pero están desesperados. Ellos son fugitivos de la sociedad, del mercado de consumo, del mercado de la moral. Ella es una prostituta formada desde la infancia, y él, su progenitor, su proxeneta, que la cuida y la vende a mejores números.
Flora no sabe escribir, no sabe leer, no sabe el nombre del país en donde vive. Ella simplemente es reacción. Sus emociones parecen las de una nena de cinco años. En cambio Pedro respira violencia. Lleva un arma bajo el cinturón. Y cada vez que suena el celular empieza a gritar y a golpear todo lo que tiene alrededor. Ambos parecen escapar de algo pero están unidos bajo la misma cruz, yendo quién sabe hacía donde, sin arreglo.
“En el Fondo” es dirigida y escrita por Pilar Ruiz. Es una obra joven, situada en pleno Palermo. Ruiz quiere desnudar la injusticia, la violencia. Encontrarse con la miseria humana. Pretende incomodar al espectador, para asustarlo,y así llenarlo de la inmundicia invisible de los suburbios de esta época. Estamos en la era del carnicero. Todo es carne, todo es venta, todo es “ya”. No hay quien se salve. Y, como ley primera, los más ingenuos e indefensos son los primeros en caer a la picadora.

Actúan: Verónica Cogniout Hanicq y Fabricio Mercado.
Escenografía: Fabricio Mercado
Diseño de Luces: Lucía Feijoo.
Música y sonido: Damián Gomez.
Fotografía y Video: Sol Miraglia.
Ilustración: Dolores Franza.
Diseño Gráfico: Juan Pablo Rodriguez.
Supervisión Dramatúrgica: Ariel Barchilón.
Prensa: Simkin & Franco.
Asistencia de Dirección: Teo Ibarzabal.
Producción: Rocío Pérez Silva.
Dramaturgia y Dirección: Pilar Ruiz.
Espacio Polonia Teatro: Fritz Roy 1477. Miercoles 21 hs.

Escrito por Fede Frisach
Publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar

Critica: "El Contrato" (Espectáculos de Acá - Argentina)

 “Firma de soledad”

El Contrato” es presentada por el Teatro de las Ollas, un grupo que viene trabajando hace 18 años con obras de contenido social y político a partir de vivencias experimentadas. Y “El Contrato” es una poesía acerca del amor, la soledad y las normas burocráticas e inhumanas que impone un sistema.
En el living de su casa, Javier (Mario Das Airas) está sentado frente a Laura (Maria Svartzman) que lee el contrato que él ofrece por un trabajo bien pago publicado en el diario. Ellos son extraños. No se conocen. “Yo no necesito relacionarme con una mujer, sino convivir con ella” suelta Javier. Ella no lo comprende del todo. Pero ambos parecen los indicados para llevar adelante una relación bajo la mira del contrato.
Ella necesita trabajo. La oferta es tentadora. Planchar, lavar, barrer. Es una buena casa para trabajar y Javier demuestra ser un tipo decente. Pero todo contrato tiene letra chica.
Y es que Javier no busca personal domestico, sino una compañera con la cual convivir. Él ya ha pasado los sesenta años de edad y está cansado. La vida lo golpeó y necesita un poco de seguridad para seguir avanzando.
Alrededor de una mesa y unas sillas dentro del comedor de una casa, los dos personajes van y vienen encontrándose durante la mañana, el mediodía y la noche. Y no es que sea un gusto para ellos. Primero Laura se resiste a firmar el contrato, después se resiste a sus cláusulas, se resiste a sus normas, se resiste a dormir con Javier (aunque sea sin contacto alguno), se resiste a la idea de que una relación deba regirse por un contrato legal. Pero Javier insiste: Siempre hay un contrato entre las parejas. Sólo que es tácito. Siempre hay clausulas, deberes, obligaciones para con el otro. Laura afirma acerca sus pasadas relaciones amorosas “Siempre hubo amor, ternura, deseo, pero nunca un contrato”. Javier, magnífico, responde “Hoy los grandes amores empiezan en luna llena y terminan en tribunales”.
Bajo el guion y la dirección de Jorge Paladino y las suaves teclas del piano compuestas por Facundo Paladino, los personajes se arrastran ocultándose las emociones. El tono de sus voces lo demuestra. No admiten enfado, cólera, soledad o necesidad. A sus actos lo administra el contrato, que parece el escudo perfecto que los salva del sufrimiento.
Entre los vaivenes de dos personas cansadas, Laura escapa a los hábitos que nunca la llevaron a buen puerto mientras Javier intenta superar las ausencias que rasgaron su corazón. El dialogo es el puente que conecta a los personajes, enfrentados entre sí, dejando a la vista las diversas experiencias que puede vivir un humano a lo largo de su vida.
De todas formas esta es una historia de amor. Aquel que haya apostado todo en una relación que terminó hecha polvo lo sabe. Se puede palpar y sentir el mensaje al que se refiere Jorge Paladino a través de sus personajes. Y él, genial, sin rodeos, resume su postura en una grieta apasionante que se abre en un diálogo llevado por el calmo Mario Das Airas y la enérgica Maria Svartzman: Laura le pregunta a Javier, ¿usted está enfermo?. Si, responde él. Ella tuerce las manos. ¿Qué tiene?. “Estoy solo” responde y las luces se apagan para que el piano se deslice entre el público y empiece un nuevo acto. Y lo que sucede, a la larga, es que las personas cambian y mutan. El contrato, en cambio, no. Continúa rígido y tiránico, salvo que, por supuesto, alguna cláusula admita lo contrario.

FICHA:

Javier: Mario Das Airas
Laura: María Svartzman
Musica original: Facundo Paladino
Banda de sonido: Rubén Sanagua
Vestuario: Yolanda Barrientos
Maquillaje: Cintia Milanés
Libro y direccion: Jorge Paladino


Escrito por Fede Frisach
Publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar

Critica: "Incrustaciones o el paladar de la Reina" (Espectáculos de Acá - Argentina)



Con la fuerza de los ojos”

Bajo dos mascaras blancas Yanina Olocco y Cristian Cabrera se transforman acto tras acto frente al publico bajo las luces tenues del Teatro El Belisario.
Los actores se esconden detrás de una tela a modo de fondo como escenografía y al volver al escenario, los personajes son distintos, y se mueven, hablan y sienten de forma distinta. Siempre detrás de mascaras blancas que dejan ver los ojos.
El primer escenario es claro: un bar situado en alguna calle transitada de Francia. Patrick se sienta en la barra, lo atiende la Madame Meuse, que poco a poco, traspié a traspié, va llevando a su cliente a la cerveza y al whisky. Aunque siempre siguiendo un hilo, la conversación es entrecortada y se esfuma en diversos caminos. El amor. La muerte. La soledad, y (para Patrick) el amor maternal.
Quitando al azar de lado, sobre la barra de aquel bar, Patrick y Raymonde (la Madame Meuse) aceptan casarse aun siendo extraños. Ya que comprenden que su destino es el mismo.
Los años pasan y vemos que ésta pareja no es feliz. Patrick no logra que su mujer se parezca al verdadero y único amor de su vida: Mamá. Ahora ella está en la casa y planea tomarse unas vacaciones forzadas junto a ellos.
Entre conversaciones de critica social, psicología, filosofía y abundante humor, los personajes exponen lo que llevan dentro: La soledad como primera y ultima instancia. En este trío amoroso (esposo-esposa-suegra) las ideas y vueltas en la historia demuestran que el humano puede estar incomunicado aun en sus relaciones mas cercanas. De fondo los escenarios cambian. El hogar, la oficina de trabajo, la playa. Yanina Olocco está firme en su propuesta de hacer dudar al espectador. ¿Es realmente ella, detrás de una máscara, todos los personajes femeninos de la obra? A modo caricaturesco, la pareja se disfraza y alzan y bajan la voz con una rapidez increíble. El espectador no tiene tiempo para dudar. La acción es inmediata. Y las redes que cada personaje tiñó sobre sus alrededores empiezan a romperse, a quebrarse, llenando la sala de oscuridad.
Sobre el final hay una sorpresa. Una escenografía brillante en su creatividad que logra producir vértigo al espectador. Y tras las ultimas carcajadas antes del aplauso de cierre, el silencio de los actos habla por sí solo. ¿Es el humano una isla? ¿Puede el miedo llevar las riendas de las relaciones amorosas? ¿Se conforma uno con el pasado antiguo, triste y desolado, sólo por conocido? Esas son las preguntas que deja en el aire la dirección de Nela Fortunato en esta propuesta. Y, tras la luz alta en el escenario, las mascaras blancas terminan cayéndose dejando ver los rostros de sus actores. El aplauso se mantiene firme sobre el tiempo. Ellos saludan acompañados del equipo que hizo posible la obra. Y entre risas uno se pregunta cómo se verá desde afuera la mascara blanca que uno lleva siempre en cada relación, haciendo lo posible.


FICHA:
Dramaturgia: Chantal Thomas
Diseño y composición musical: Juan Sevlever
Diseño y realización de escenografía: Clo Sáenz/ Graciana Urbani / Tom Harris / Daniela Schiaffino.
Realización de escenografía: JEP Producciones
Diseño Gráfico: Clo Saenz
Producción: Paladares Incrustados /Tertulias Lúdicas/ Liliana Sabagh
Asesoramiento luminotécnico: Fernando Raíces.
Prensa y difusión: Mariano Casas Di Nardo.
Fotografía: Agustín Manoukian
Actúan: Yanina Olocco/Cristian Cabrera
Concepto y diseño escenográfico: Daniela Schiaffino
Asistencia de Dirección y Producción:
Manuela Iseas
Dirección: Nela Fortunato


Escrito por Fede Frisach
Publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar