lunes, 15 de junio de 2015

Las tribunas llenas (Magazine Delicacy)

futbol
Subimos por el autopista que daba una vuelta y nos dejaba luego en la entrada del enorme estadio de futbol. El clásico argentino, los dos equipos más importantes de Sudamérica. Y por fuera, en el estadio, la realidad que nunca toman las cámaras de televisión: policías a caballos amenazando al público, jóvenes en cuero, descalzos, drogados durmiendo en las zanjas, otros algo más despiertos pidiendo dinero o robándolo. Policías drogados empujando al publico a los gritos. Era algo bastante medieval pero estaba ocurriendo en esta parte del mundo ahora y todos parecían estar acostumbrados a ello, como si fuera algo cotidiano que debería estar pasando sin mucho más que hablar.
Pudimos entrar en la cancha. Mi amigo y yo encontramos lugares bien cerca del alambrado que rodea el terreno de juego. No era un buen lugar simplemente porque nos alejaba mucho de la entrada/salida del estadio. Estar arrinconado, lejos de la salida, me daba miedo.
-Busquémonos algo más cerca de la Salida… imagínate si pasa algo… vienen a reprimir o nos invade la tribuna contraria con palos y piedras…
-Si, tenés razón. Pero no hay otro lugar.
Entonces observé y era cierto. No teníamos muchos más lugares para elegir., Quizás, pensé, podríamos sentarnos en un pasillo lateral que sirve para subir y bajar de las aéreas de la cancha, y en donde nadie se sienta. Aquel pasillo daba directamente a unos metros de la Salida del estadio.
Señalé el pasillo y mi amigo aceptó. Fuimos hasta allí. Nos sentamos y hablé.
-Estuve pensando. Me parece que me voy a ir del país.
-¿En serio? ¿Porqué?
-Porque sí. Este país me gusta, y tiene cosas buenas. Pero luego me siento ahogado. Yo soy artista, lo sabes, y siento que mi arte no está hecho para la gente de aquí. Siento que no es su público, ni a la conciencia que se le está dirigida. A la vez siento que si alguien alrededor escuchara esto, diría sin dudar: “¡Entonces andate del país, hijo de puta!”. Siento que todos quieren buscarle el defecto al otro, agredirlo y pisarlo. Nose si es la neurosis, o simplemente idiotez. Nose si así la sociedad entera, o la impresión que me dio haber crecido en mi familia…
-¿Qué te hace pensar que en otro país la cosa vaya mejor?
-No lo sé. Lo siento. Lo veo. Es algo que se huele… y además tengo la certeza porque confío en alguna otra lógica. Es decir: si nací con esta característica, con estos pensamientos, con esta sensación de que en otro país si voy a poder hacer mis cosas en paz, significa que es posible. Que es real. Cada pensamiento, cada parte del cuerpo, cada parte del organismo, está creada para una función específica. Lo mismo ocurre con los oficios de los hombres. Cada uno nace con un don, y ese don encaja con un orden específico. Es difícil de explicar con palabras. Simplemente se que si hago este arte, es para que alguien en algún lado lo use.
-Nosé…¿ y dónde te irías?
-Y por ahora me gustaría Europa. Bélgica, Alemania, Italia, Hungría, Francia…
-Andate a España. Es mas fácil.
-Si, y en varios lugares tengo conocidos que pueden darme colchón y techo por un tiempo. Pero nosé. Me siento más cerca de Alemania, de Francia…
-Que extraño. Un artista que quiere ir a Francia…
-Odio el arte Francés.
-Entonces el problema lo tenés vos.
Los jugadores salieron a la cancha formando una línea mientras se saludaban entre ellos y el público aplaudía eufórico. Quizás yo tenía que aceptar un poco más mi destino. Como quien dice, madurar y crecer. No podía seguir resistiéndome a las cosas que iban ocurriendo en mi interior y al rededor. Yo sabía hacia donde iba y por qué camino iría y qué obtendría, aunque no pueda ponerlo aún en palabras. Como llegaba a fin de mes me era todavía un milagro, y estaba repleto de condiciones pero carecía totalmente de planes. Y estaba convencido que este era el único y mejor camino. Simplemente algo me ataba a un destino y eso era más fuerte que cualquier otra cosa que pueda ocurrirme en cualquier lugar. El mundo era mi casa, y nadie debía enojarse por los movimientos que se hagan allí. Nadie podría negar la posibilidad del viaje, de entrar a un nuevo país, a una nueva cultura, porque ante todo el patrimonio es planetario, colectivo. Era de mis padres y abuelos y antepasados, y de mis hijos, nietos y venideros. Todo estaba sutilmente conectado  y quizás era nuestra generación la encargada de decirles eso a los demás. Quizás ese sea nuestra función vital, nuestro deber para los demás. Para que la vida se prolongue y evolucione. Claramente había algo de eso. Y lo sentía arder en lo más profundo, superficial y ancho de mi corazón.
La tribuna local recibió a su equipo y chifló al rival y luego de un rato donde los jugadores no hacen más que moverse en su lugar para que la televisión los tome del mejor ángulo mientras pasan debajo los sponsor publicitarios, yo me quedé boca abierto sin pensamientos. Simplemente en silencio. Esperando. Un equipo de 22 jugadores de mi edad aproximadamente, multimillonarios, que no saben leer, ni hacer negocios, pero que están totalmente adaptados al futbol profesional, iban a jugar un partido de futbol más. Y me gustaba.
Sonó el silbato, la gente empezó a gritar desde todos los rincones. Empezaba el nuevo Coliseo, y yo no podía despegarme tampoco de eso. Algunos ya estaban insultando saltando en su lugar como si la vida se les fuera en esto. Otros estaban emocionados, y escaseaban las familias alegres que miraban el espectáculo disfrutándolo. El negocio del deporte sólo llamaba a los más neuróticos. Los más enfermos, los más infelices, estaban ahí para criticar e insultar. Otros miles iban también por negocios. Metían y sacaban banderas de contrabando, fuegos artificiales, bombos, cuchillos, armas de fuego, drogas. Iban como guardaespaldas a otros países representando al equipo o al país. Se encargaban que dentro de la zona no entrara nadie ajeno, pero ellos mismos destruían todo y se mataban entre ellos. Movían reuniones políticas, trabajaban en departamentos del Estado, movían planes de salud, planes de subsidios, eran consultados para tomar decisiones importantes: nuevas escuelas por construirse, nuevas alianzas, nuevos rumbos. El país los engendraba de a miles y luego miraba hacia otro lado y cuando aparecían los muertos, o las cifras descomunales de dinero que manejan ilegalmente, aparecían fuertes valores morales que antes no existían. Luego que el terremoto mediático pasaba, el hecho se olvidaba y todo continuaba igual. O empeoraba.
Terminó el primer tiempo. Aburrido empate. Había más expectativas en ciertos jugadores de ambos equipos que intentaban avanzar con la pelota o hacer cosas distintas, que jugadas colectivas inteligentes. De todas formas, si veías la conversación táctica de los directores técnicos, podía ser un partido divertido. Uno proponía atacar por los costados, el otro lanzaba a sus dos 5 hacia las bandas y retrocedía al enganche para que cubra el medio, el otro entonces cedía la pelota para no sufrir de contragolpe, y el otro equipo, sin saber bien qué hacer con la pelota, se cerraba de nuevo y el enganche subía hacia los delanteros, y ,si su ataque era efectivo, lograba que los laterales abiertos del equipo rival se cierran para ayudar a defender, y neutralizaba así la estrategia. Era algo interesante. Quizás a mí solamente me interesaba la estrategia, el alto nivel atlético y algunos detalles técnicos de jugadores. Todo lo demás era mierda: el folclore, los apellidos, la tabla del torneo, los resultados. Y había otra cosa interesante en el juego: el factor psicológico. Si el equipo A había jugado 10 veces contra el equipo B, y había perdido 7 veces, era muy probable que en el partido 11 el equipo A salga dubitativo, como si arrastrara una vieja condición. No importaba si los jugadores de la cancha de ambos equipos nunca hubiesen jugado esos 10 partidos. Simplemente el equipo A se sentía presionado y el B se sentía superior. Y a medida que los minutos avanzaban, tal condición era más obvia. Si el equipo A estaba ganando 1 a 0, seguramente a los 86 minutos esté nervioso, apurado, dudando de si podía sostener el resultado. Lo increíble es que esto se daba en todo el mundo, en todos los países. Jugadores de distintos países que jugaban juntos en un equipo local, podían temerse en un Mundial por el mero hecho de la historia de las camisetas. Y cada equipo llevaba su historia, su marca, sus presiones. Más que siempre contaba lo que sucedía entre la semana, como iba en otras competiciones, como estaba visto mediáticamente. Y yo jugaba a imaginarme las historias internas: los pleitos, los problemas de egos, económicos. Me imaginaba al delantero estrella enojado con el club porque el nuevo refuerzo arquero cobraba más que él. Me imagino a un suplente odiando al director técnico simplemente por su forma de vestir, sosteniendo la respiración mientras él le da indicaciones a los gritos a un costado de la cancha antes del cambio. Me imagino al pobre jugador triste con complejos de inferioridad porque luego de haber luchado años por su puesto, el club trajo a un refuerzo de renombre para la misma posición. Me imagino a todos los que desistían de triunfar por ver lo acomodados que estaban la mayoría de los jugadores, o alejando al no poder entender que es un negocio, y que el manager del jugador de futbol es más importante que una de sus piernas. Me imaginaba a los jugadores en sus departamentos lujosos con vista a la calle y al río, con una gran cama, con una televisión prendida, chateando con varias modelos voluptuosas al mismo tiempo, mientras pensaban en que cenar y alejaban de ellos la sensación total de aislamiento, de soledad, de dificultad. Los periodistas, infelices, mezquinos, analfabetos e idiotas no podían comprenderlo y, en su tonta admiración, eran capaces de insultar a los jugadores, de atentar contra su trabajo, de desquitarse con ellos lo que sufrían de sus mujeres infieles o de sus hijos drogadictos. En fin: el jugador de futbol era quien siempre absorbía las presiones, quien reflejaba el amor o el odio de las tribunas, quien tragaba el desquite de las masas con sus infantiles mortales sentimientos de odio y frustración. Ellos eran los más expuestos. Y muchos de ellos habían sido como nosotros: pobres trabajadores criados por la televisión y el desinterés. En la semana vivían encerrados en habitaciones lujosas mientras sus cuentas bancarias aumentaban entre llamados con su manager, abogados, fisco y contadores. Los estudios de publicidad, las mujeres con botox, los fans, todos ellos rondarían 24 horas los alrededores del jugador que, como una estrella de rock, debería elegir entre la fama, el prestigio, la fiesta, o la familia, el trabajo, la humildad. Diego Armando Maradona había sido el caso puntual más publico del mundo. ¿Porqué Maradona pudo jugar drogándose y de fiesta durante décadas, y aun así ser el mejor de todos? Porque el 70 % del negocio futbolístico vive drogándose y de fiesta, y las canchas siguen llenándose, las copas siguen ganándose, los mundiales siguen sorteándose. Y el público sigue deseando estar allí. Se trata de que quizás el mundo entero quiera estar drogado, de fiesta, en la cumbre de la fama. Los que se animaban a hacerlo, tenían una camiseta con su apellido detrás o un auto lujoso para impresionar a la hora de hacer negocios, los otros, del otro lado del alambrado o de la valla, esperando cada partido con pasión y devoción.
Yo estaba del lado del alambrado, de la valla. Pero me imaginaba lo que era estar también del otro lado. De alguna forma lo estaba.
por Fede Frisach
publicado en:
http://magazinedelicacy.com/variete/las-tribunas-llenas/

No hay comentarios:

Publicar un comentario