lunes, 15 de junio de 2015

El Relato del Mes


Marlon Brando _41249331_morena_photo.0Como escritor me estaba achanchando. Cada vez escribía menos y le daba menos importancia. Sin embargo cada día estaba más seguro  de que viviría como escritor y que saldría de mí toda la suficiente escritura para sentirme satisfecho.
Había algo que corría en mi interior y que decía que podía dejar grabado en la hoja lo mejor de mí. Pero, en los hechos, cada vez escribía menos. Cada vez le daba menos importancia. ¿Estaba cambiando cantidad por calidad? La realidad es que tenía que seguir trabajando de obrero día y noche, de electricista, de albañil, rompiendo paredes con una gran masa de metro de largo, y tomando cerveza con mi novia abrazados boca a boca mientras la noche caía afuera como un halcón furioso mientras me dolía mi cuerpo y mente por completo. Habían sido años agitados.
Pero, de todas formas, era una buena vida. No lo podía negar. Cada vez estaba más cerca de la estabilidad. También era cierto que cada vez escribía menos. No sabía por qué.
Algo más: no estaba seguro de mi escritura. Sabía que ella era seguramente mejor que la mayoría. Supongo que así debe ocurrir para todos los escritores. Es el viejo párrafo de soberbia donde uno se cree mejor que lo demás. Pero, a ser sincero, yo era el primero en criticar mi propio arte y el primero en halagar el arte del otro. En el fondo de mí sabía que sus hojas parecían de un idioma indescifrable que yo no podía comprender. Sus renglones me trasmitían una pesadez mental que lejos estaba de parecerme Arte. La escritura podía estar guiada por intelectuales o por artistas. Yo no quería ser un intelectual y, en realidad, no lo era. Aún así había leído mucho más que la mayoría de todos los poetas y escritores under que me cruzaba. Era de no creer: ellos eran los intelectuales, no yo. Pero yo había leído en mi vida mucho más que ellos. Y los intelectuales eran ellos. Los que tenían algunos seguidores eran ellos. Lo que se vangloriaban de creadores eran ellos. ¿Eso tenía que importarme? Cuando tenía que ser objetivo y sincero con lo que yo mismo dejaba plasmado en cada renglón, se me venían a la mente los otros escritores que había cruzado en mi vida. Nose quién afirma que uno existe a medida que existen los demás, los otros. No importa: no quiero ponerme filosófico, y no soy yo el intelectual, recuerden.
Pero era cierto: no había muchos capaces de desafiar el vértigo que cada palabra trasmitía a otra palabra en el orden caótico que tomaban desde mis dedos cuando apretaba con fuerza cada letra del teclado. Toda mi alma se va con esto. Todo mi ser. No dejaba reservas ni para mí, ni para nadie.
Y eso me hacía recordar esa vieja película donde dos hombres competían nadando mar adentro por la noche. Cuando uno de los dos se asustaba y quería volver a la orilla, perdía. Así fue cuando el perdedor -el malo de la película- le preguntó al ganador -el bueno de la película- “¿cómo lo logras, cómo logras nadar tanto adentrándote en el mar, cómo lo haces?” y el bueno lo mira y le dice “simplemente no guardo energías para la vuelta”.
Y es verdad. De todos los escritores que yo conocía ninguno escribía a una revista en España, y ninguno tenía seguidores allí. Ninguno había nacido en una familia en crisis de clase media baja y se había quedado sin nada por la única corazonada de seguir haciendo arte. El arte como un oficio, como un rol importante. Necesitamos de los que construyen edificios, de los que saben de medicina, y de los que trasmiten conciencia y belleza. Así es. Y yo tenía la certeza de que estaba detrás de algo grande. Cuando ellos leían su propia poesía, uno podía escucharlos y reírse un poco y pasarla dentro de todo bien, pero al fin y al cabo su poesía era tan sólo un bodoque intelectual que cansaba y agotaba. A nadie le interesa enmarañarse con dudas ajenas. La apuesta en sí es mala. Un mal negocio. Una mala decisión, al igual que un mal diseñador, un mal arquitecto, un mal artista. En fin. Yo no sabía si mis escritos o poemas eran buenos o malos, pero a la hora de hacerlo sentía una fuerte magia en el aire. No me importaba que no tenga fans porteños, que hayan sido pocos los que se acercaran a tirarme buena onda. Yo sabía que la magia existía. La sentía con total seguridad. Y cuando ésta carecía lo notaba y era el primero en darse cuenta y el primero en lamentarse y en esforzarse en retomar el trabajo artístico.
Como aquella vez que estábamos en la radio. Yo leía mis poesías. A veces llegaba tan apurado y cansado del tránsito de la ciudad y de la neurosis de la calle que no entendía bien que palabra estaba leyendo y qué carajo estaba diciendo. Y estaba ese compañero mío. Amigo, con problemas de ansiedad. Un ex punk que meditaba y siempre irradiaba esa energía especial y agresiva. En fin. Veintiocho años, sin trabajo, viviendo con su mamá llena de ansiolíticos. Primero él se peleó conmigo y después con los demás. Con el operador de sonido, con el encargado de la radio. Y dejó de ser interesante, se olvidó del objetivo, de hacer arte.
Era una radio importante. La meca cultural de Buenos Aires. Era un buen espacio para estar y relajarse e intentar hacer buen arte. Entonces yo leía mis poesías. Mal.  Eran malas. Las escribía en el mismo día del programa. Las mejores salían cuando las escribía en vivo mientras una canción de jazz o soul sonaba bien fuerte y no había mucho más que hacer. Ésta es una de las poesías que escribí en vivo y que leí al aire en aquel programa en la meca cultural:
duerme la conciencia
de quien tiene
miedo.
despierta ahora
y observa a los demás
a tu alrededor
temblar.
Esto que sufres
no es dolor,
es sueño.
Esto que sientes
no es odio,
es carencia de amor.
Sos el alma de todas las cosas
existentes grabada en un cuerpo
mortal.
Grabada en el polvo
de las cenizas
del cuerpo
podrido.
Esto que viene
no es muerte,
es
transformación.
Esto que amas
no es enamoramiento,
es
alma.
Y durante la eternidad el alma busca en las sombras.
¿Qué busca?
¿A quién?
Cierra los ojos y mira
hacia adentro.
Encuentra el fuego.
Iluminate.
Cruzá a tientas por el medio
de la noche.

Y esas son mis palabras. Con su tinte de inmortalidad y sabiduría cósmica. Me da vergüenza y algo de pudor. No me gustan del todo pero siento que es lo que tiene que ser dicho. También puedo escribir alguna poesía más callejera, más salvaje:
estaba meando en el baño
ella abrió la puerta desde afuera y entró.
apagó la luz
y se apoyó contra los azulejos.
yo terminé y me di vuelta.
podía sentir su perfume
sentir su silueta.
pero no a ella.
no podía verle siquiera el brillo de sus ojos.
me acerque y ella dejo que me acerque y empezamos a besarnos.
lamí su boca, lamí su cara
su pelo.
ella me abrazo fuerte´
me pellizcó detrás de las orejas.
afuera la fiesta seguía
la música sonaba
y alguien golpeaba la puerta
del baño.
pero no nos importaba.
había mucha desesperación
entre nosotros.
mucha  soledad
tanta como para estar en una fiesta llena de personas
que se desean
pero que nunca
se encuentran.
al fin paramos,
y salimos hacia afuera.
yo me sentía mal.
me preguntaba que había pasado con el niño aquel
que se enamoraba de niñas que no conocía.
me preguntaba sinceramente
que había pasado con el niño que le regalaba juguetes a otros niños
que no conocía.
que había pasado con toda aquella inocencia
y toda esa alegría de vivir.
el tiempo pasó.
y si bien nunca supe el nombre de aquella mujer del baño
cuando me la cruzo la saludo 
con un beso
en el cachete.
yo ya no salgo
a fiestas y después
de tanto buscar
pude encontrar aquella inocencia
aquella alegría
de mi niñez.
y es tan tan agradable
que la cuido
con todo
mi corazón
y ella se deja
cuidar
y juego con desconocidos
y me enamoro
y me siento totaLMENTE vivo
siempre con la luz
prendida.
Son cosas tontas. Diminutas. Pero sinceras. No juego con neurosis, sino que me desnudo para abatirla y vencerla. Y también tengo algo dulzura dentro:

te invito a mi casa
-parece la casa de un artista-
al lado del inodoro
tengo libros de bukowski y krishnamurti
y en el ambiente
donde como y duermo
están
las otras decenas y decenas de libros
tirados
en un rincón.
el dpto lo tengo lleno
de instrumentos
de música
y sobre la mesa
está la máquina de escribir color verde,
las sabanas están llenas
de manchas y de sangre
-todas de batallas de amor nocturno,
tengo un pañuelo hermoso
de ganesha traído
de la India
que compré
con una chica
con la que estuve casi
conviviendo y que hace tiempo
se marchó
y nosé nada más
de ella.
Es un dpto luminoso.
realmente parece
de un artista,
pero yo soy un chico de barrio
intento ser simple
y aguerrido.
y si bien acá la música
nunca cesa
y todo está repleto
de envases de vino
y cerveza
y los vecinos
ya no me saludan,
y el portero
que era comisario,
me mira de reojo
-si bien todo parece algo caótico-
sólo soy un pibe
de barrio
que medita todos
los días
usa palosanto
y busca enamorarse
y expandir
su conciencia.
así y todo
aceptarías
venir a mi casa,
a este dpto?
quizás la realidad
es que yo no sea
ni un artista
ni un chico de barrio
y puedas así
sentirte simplemente
cómoda
tranquila
a mi
lado.
En fin. Debo ser un idiota.  Grandes pelotudeces de mente idiota. Pero huelo de lejos la magia. Es lo que escribo. Le encuentro fuerza. Me gusta leer el alma de las personas. Sentir su presencia detrás de cada párrafo y que esté lo suficientemente plantado para decirte “sí, soy así. ¿Y qué?”. Los otros poetas quizás se esmeran demasiado en insultar al mundo y ya todos saben los defectos del mundo. Se pueden resumir en menos de un renglón (dependiendo la editorial…). Y sin embargo se esmeran en repetir lo mismo y ni siquiera se esfuerzan en hacerlo con aires novedosos. Otros en cambio son más creativos para criticar, pero pocos se esfuerzan en embellecer. Al ideal se llega exponiéndolo. Con trabajo y algo de sufrimiento. Y eso es lo que les falta. Además de una vivencia fuerte que los haga correrse de sus grandes egos marcados.
Les falta entregarse a los demás. Desnudarse y mostrarse cómo son. Con las debilidades, aciertos, glorias y pérdidas. Y mientras escribo esto me pregunto si es que en realidad estas observaciones son para mí mismo…
Bueno. Genial. Si tengo que ser completamente sincero, lo seré: Soy fanático de Hemingway y Bukowski, no puedo salir de su prosa. Soy un inutil en el mundo común. Entiendo los códigos, me hago mi lugar luchando y trabajando y respetando a los demás, pero todo me carece de sentido. Desde los 12 años leo realismo sucio, me encanta Sándor Marai, me encanta la música, me encanta mi novia. Tengo una afinidad con la piel de la mujer, la comprendo mucho más que cualquier otra cosa que suceda a mi alrededor. Y aun así tampoco pertenezco allí. Siento que el mundo es horrible. Pero tengo fuerzas para avanzar en él. También tengo fuerzas para desaparecer en él, para morir. Pero sigo deseando avanzar. Sigo deseando con todo mi corazón hacer que esta escritura vuele. Es mi oficio, mi batalla. Dejo todo. Por completo. Piensen lo que quieran. Ahora sí. Ya estoy desnudo. ¿Hay similitud?
por Fede Frisach, publicado en:
http://magazinedelicacy.com/variete/el-relato-del-mes/

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