“Por las astas”
Vencer la muerte es un oficio bravo. Pararse frente al público,
desenvainar la espada y enfrentar una bestia es para pocos. Antonio
Castillo Navarra es uno de ellos. Un torero nato. Un ganador. Un
matador de toros aclamado.
El matador es un hombre derecho que no
cae en estupideces. No llora, no sufre, no duda. El matador no le
teme a la muerte. Y al contrario, va a su encuentro. Porque es
fuerte. Es digno de fama, de reconocimiento. Merece mujeres,
aplausos, fortuna. Merece todas las rosas que vuelan sobre las
butacas que esperan expectantes ver sangre en la arena.
En “Dejarse herir”, Antonio
Castillo Navarra se encuentra con la otra cara del espectáculo. No
se muestra triunfante levantando la muerte con sus dos gloriosas
manos. Sino que se encuentra abatido, desplomado sobre una silla. Le
acercan agua, lo observan de lejos. Al parecer recibió una embestida
de toro y tiene un cuerno incrustado dentro de su pecho. La herida es
profunda. Algunos de sus conocidos lo observan. ¿Está agonizando?
Es imposible saberlo. Él se mueve. Todavía tiene fuerzas para
hablar, se para y camina observando su propia sombra proyectada en la
pared. Alza la voz y recuerda su niñez. Un padre que siempre esperó
a un hijo macho y torero. Un tío bravo que le enseñó a matar. Un
primer amor vencido por las circunstancias, y una inocencia olvidada
desde joven y que nunca más volvió a encontrar luego de matar con
su propia espada.
Bajo la dirección de Catalina
Larralde, Patricio Ruiz es quien escribe la obra y la interpreta. La
transpiración de su rostro es real, y grita, ríe a carcajadas,
canta y suelta lagrimas que caen por sus mejillas manteniendo la
mirada firme al espectador. Federico Ochoa es quien lo acompaña con
la guitarra y el cajón peruano y Ángeles Ruiz es quien baila y
camina por los alrededores al ritmo de las castañuelas. El
espectáculo parece un acto hipnótico endulzado por la pasión de
Ruiz, quien se mete dentro de la carne y del alma de un torero que
detiene su locura para reflexionar: ¿qué he hecho con mi vida?.
Ante cualquier persona parecería haber
un deber ser. Una obligación que toma al humano y lo convierte en
una maquina perfecta en hacer lo que los demás quieren que se haga.
Ruiz nos entrega un personaje quebrado que descree en su hacer. Que
se pregunta porqué dejó ir al amor de su vida. Que traga el llanto
y recuerda la primera vez que su padre lo tocó sin violencia alguna.
En un acto de conciencia aquí vemos al hombre aterrorizado por todo
lo que hace y deja para los demás. Vemos a un matador de toros,
valiente, osado, “bien macho”, que se desploma en una actuación
admirable.
En una escenografía escasa pero llena
de criterio en la sala del Abasto Social Club en pleno Almagro,
Catalina Larralde y Patricio Ruiz combinan sus dones para lograr un
excelente clima en “Dejarse herir”. Una obra con mucho talento,
técnica y trabajo. Una obra fuerte, profesional. 100 %
recomendable.
Escrito por Fede Frisach
Publicado en www.espectaculosdeaca.com.ar
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