jueves, 4 de septiembre de 2014

Nota: "A 45 años; radiografía de la generación Woodstock" (Magazine Delicacy, España)

Como sabemos, las cosas ocurren cuando una cultura se deja a si misma vivir y está dispuesta a avanzar. Es así como una sociedad puede estar estupidizada y dormida en el consumismo, provocando una contra-cultura a modo de oposición, como ocurrió en la década del 60 en Estados Unidos y el resto del mundo.
Con una guerra fría que parecía apostar a la extinción de la humanidad gracias al poder armamentístico, la juventud de EE UU salió a repudiar las decisiones del poder autoritario, extremista y bélico. Como contra-reflejo, la actitud tomada por la juventud fue totalmente opuesta a la oficial: free love, exceso de colores, pelos largos, sin trabajo, consumo deliberado de estupefacientes, viajes a dedo o en camioneta por el mundo, rock entrando por todas los medios existentes, sin religión, sin dinero, con el símbolo de la paz como bandera.
Aun sin Internet la contra cultura se expandió tanto que en Europa se genera la Unión Europea para reorganizar la economía y centralizar a la juventud. En America Latina triunfan los partidos y gobiernos socialistas, con fuertes discursos contra EE UU aunque de más está decir que sabemos como continuó la historia. Dictadores, golpes militares e invasiones sobre países “pequeños”.
Pero bien, detrás de todo el conflicto, el arte se democratizó y una vibración se extendió por el mundo entero a forma de protesta: El Rock.
En su comienzo fue puramente experimental, donde una generación mezclaba el antiguo beatnik (un bohemio cínico descreído del poder) con una nueva contracultura de meditación, LSD, chamanismo y fiestas interminables. Estos grupos generaron bandas de rock. Algunas de ellas trascendieron el panorama mundial: The Beattles, The Doors, Roling Stone. Todas ellas influenciadas -explicitamente- por el LSD y el Chamanismo.
El 15, 16 y 17 de agosto de 1969, se produjo el Woostock, realizado por pequeños productores jóvenes del ambiente del rock, que esperaban 60 mil espectadores -aunque recibieron 500 mil, quedando lejos el abastecimiento en higiene y alimentación que habían previsto.
Jimy Hendrix, Janis Joplin, The Who, Santana, entre otros, fueron las bandas que encabezaron el festival. Una perfecta convinación entre el virtuosismo y la disciplina de las décadas autoritarias anteriores con la magia y la intuición de las nuevas formas de vida.
Era el mismo Jhon Lennon que, una vez junto a Yoko Ono, decía “nosotros hacemos publicidad de la paz. La paz es nuestro consumo”.
En algunos el desenfreno pudo más que la experiencia, como ocurrió con Jim Morrison o Janis Joplin y tantos otros personajes. Algunos sobrevivieron pero encerrados en loqueros, tal cual explica Tom Wolfe, escritor de áquella época y testigo de todas las ceremonias de LSD, sustancia que luego de ser usada con gran éxito para el tratamiento de las depresiones, esquizofrenia y ansiedad, fue clasificada ilegal en la lucha de las drogas del presidente Nixon, que necesitaba un chivo expiatorio para encarcelar a los miles de jóvenes que protestaban pacíficamente en todo Estados Unidos.
Este movimiento artístico dejó también cientos de libros que trascendieron la cultura, el tiempo y los países. Tanto como las obras del difícil William Burrouhgs -impulsor del punk de Patti Smith e Iggy Pop- o como el mochilero Jack Keruac escribiendo sobre -el famoso en ese entonces- Neal Cassidy, o los grandes poemas de Allen Ginsgberg y los cínicos libros nihilistas de Charles Bukowski.
Lo cierto es que el tiempo transcurrió. Y las generaciones jóvenes venideras tuvieron que adaptarse un poco más al sistema que tanto repudiaron los hippies. Al parecer, el sistema funciona inherentemente del poder autoritario, que lentamente está en crisis hace varios años y que no parece poder levantar cabeza. Mientras tanto el rock ya no es lo que era antes. El simbolismo de esta generación se transformó por completo, expandiéndose a la masa consumista, aunque, de alguna forma, sigue vivo y latente en cientos de artistas y jóvenes sin tener conciencia alguna de ello.

by Fede Frisach

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