miércoles, 24 de septiembre de 2014

Relato: "Ajuste de Cuentas" (Magazine Delicacy - España )

Era de noche y el viento soplaba fuerte. Arturo tocó timbre y esperó.
Daniel abrió la puerta sabiendo que Arturo estaba del otro lado, esperándolo, y que venía a asesinarlo.
Se saludaron con una señal de cabeza y Daniel lo dejó entrar en su casa.
El comedor era pequeño y estaba algo sucio y desordenado. Habían botellas de vino vacías por los rincones y olía a orín de gato.
-Esto es un asco- dijo Arturo.
-Si. Lo es.
-¿Tu mujer te volvió a dejar?
-No. Bueno. En realidad… si. Estamos distanciados.
Arturo se dirigió hacia una silla al rededor de la mesa. Tiró al suelo una bola de ropa sucia que ocupaba la silla y luego se sentó en ella.
-Así que te dejó tu mujer…. Te lo mereces ¿sabías?
Afuera el viento soplaba fuerte y los árboles se movían alocados. El silbido del viento se escuchaba cerca viniendo desde lejos.
-Bueno. Aunque esto sea un asco yo quiero acomodarme – dijo Arturo sacándose sus botas y el abrigo, dejando en la mesa sus pertenencias: Una gran billetera marrón de cuero, unas llaves y, por ultimo, una magnum brillante dentro de una funda color negro.
-¿No vas a sentarte con tu viejo amigo Arturo?- sonrió con los dientes amarillos.
Daniel fue hasta la cocina y agarro dos vasos y una botella de whisky. Se sentó en una silla frente a la mesa y sirvió en los dos vasos. Le dio uno a Arturo. El otro se lo tomó de un trago y se sirvió nuevamente. El aire estaba pesado. Daniel estaba abstraído, con la mirada perdida. El silencio se prolongó. Luego enderezó la vista hacia Arturo sentado frente a él, con la mesa sucia y llena de basura de por medio. Arturo le sonreía. Viejo cínico de mierda. Estaba contento mostrandole los dientes amarillos debajo de esos labios secos y repugnantes. Viejo horrible.
-¿Como te sentís Daniel?
-Perfecto.
Daniel tomó un trago de whisky. Arturo también. Al tragar no pudo evitar poner cara de asco. El whisky era barato.
-Bueno- continuó Arturo aclarando la garganta – ya sabrás a qué vine. Las cosas están así. Vos siempre supiste cómo funcionan. Y actuaste siempre como quisiste. Nunca pagaste, la deuda se amontonó, y ahora me mandaron a proceder. Ambos, vos y yo, no podemos hacer nada para cambiarlo. Esto es así. Y va a ocurrir.
-Así es… – Daniel tomó otro trago.
-Pero antes, Daniel, quiero explicarte algo – Arturo se inclinó sobre la mesa para acercar su rostro al de Daniel que lo miraba mientras fumaba su cigarro – Vos te estarás preguntando porqué pediste el préstamo si no podés pagarlo. ¿Verdad?
-Si. Claro que me pregunto eso.
-¿Te lo preguntas todo el tiempo, verdad?
-Si. Todo el tiempo.
-Bueno. A nosotros no nos sorprende que no puedas pagarnos. De alguna forma siempre lo supimos. Déjame explayarme, Daniel.
Hubo un silencio. Daniel notó cómo Arturo lo miraba expectante y sonriente desde el otro lado de la mesa. Daniel sacó su paquete de cigarrillos y se lo tendió. Arturo agarró un cigarro que coloco entre sus dientes grandes y sucios. Dejó el paquete en la mesa.
-El asunto Daniel, es que cuando alguien no puede pagarnos el préstamo, nosotros, por más que nos pese, debemos cobrar lo pactado. Tenemos que ir y volarle la cabeza a nuestro deudor. Vos lo sabes. Si no puedes devolvernos el préstamo, nos llevamos tu vida. Ahora. ¿Piensas que nos interesa matarte? ¿Agregar un muerto al mundo?
-Yo creo que les da igual.
-No. No nos da igual.
Hubo un silencio. Daniel le dio el encendedor a Arturo que prendió su cigarro.
-Nosotros tenemos que ir y matar a los in-cumplidores que no pagan por algo simple: Por reputación. ¿Qué pensarán los nuevos clientes si ven que no cumplimos nuestra palabra? ¿Cómo exigimos nosotros que ellos nos paguen si no cumplimos nosotros nuestra propia palabra? Esto lo hacemos sólo por reputación.
-No me interesa.
-Pero déjame que te explique algo más. De alguna forma nosotros, al igual que un Banco, sabemos también cuándo alguien nos pide dinero fuera de sus posibilidades. Sabemos cuando nunca podrán pagarlo aun ni en cien años de trabajo. Pero de todas formas le damos el préstamo. ¿Sabes porqué?
-No. No sé porqué.
-Simple, Daniel: Porque necesitamos tener buena reputación.
-Son una inmundicia…
-No te enojes conmigo. Yo solamente quiero explicarte. Además, nadie fue a buscarte para que nos pidas el préstamo…
Daniel tomó un trago de su whisky. Arturo tomó el arma de la mesa y se levantó. La sacó de su funda y empezó a caminar por la casa con el arma alzada con su mano floja dando vueltas sin sentido. Iba a paso lento, firme, quizás cantando una melodía, pensó Daniel. El viejo asqueroso y horrible parecía estar disfrutándolo.
-Así están las cosas, Daniel.
-Si. Está bien. Pero… Arturo. Lo único. Te pido un favor.
-¿Cuál?
-Que uses el silenciador.
Arturo, que estaba de espaldas a Daniel, se detuvo. La mano con el arma dejó de moverse y se quedó quieta en el lugar.
-¿Porqué? ¿Porqué quieres el silenciador?
- Porque si. Está mi mujer y la beba en el cuarto de al lado durmiendo.
Arturo se dio vuelta y miró a Daniel a lo lejos. Directo a la cara.
-Vos dijiste que te habías separado de tu mujer.
-No. Dije que estábamos distanciados. Pero seguimos viviendo juntos. Ella no tiene dónde ir. Y yo tampoco.
Arturo resopló y miró hacia el suelo.
-¿Que pasa? – preguntó Daniel -¿no tienes silenciador?
-No.
-Bueno, te doy una almohada.
-Eso no sirve….
Arturo observó que en todo el comedor habían tres puertas. Una que daba a la calle, otra que daba a la cocina, y la tercera que seguro daría a una habitación. Fue hasta ella y la abrió lentamente. Entró. Algo de luz de la calle entraba por una gran ventana iluminando tenuemente la habitación.
Daniel respiró en silencio. Tomó los últimos tragos de su vaso de whisky. Se sirvió uno más y antes de dejar la botella tomó unos tragos directamente de ella.
Arturo salió de la habitación y cerró la puerta con precaución. Se acercó a la mesa y sin soltar el arma se sentó en su silla. Se rascó la cabeza y tomó un trago de whisky. Ya no puso cara de asco. Se había acostumbrado al gusto. Daniel habló.
-Bueno. ¿Viste mi nena? ¿Se despertaron?
- No, no se despertaron. ¿Cuantos años tiene tu hija?
-Cuatro años.
-¿Cómo hizo un fracasado como vos para hacerlo? Tu mujer no está nada mal.
-En algún momento me fue bien apostando.
Arturo lo miró fijamente. Dejó el arma en la mesa y se refregó el rostro.
-Mira Daniel, pedazo de inútil. Yo quiero dejar a esa nena sin padre, pero no quiero arruinarle la vida entera a ella. Verte a la madrugada con un agujero en la cabeza puede volverla lo suficientemente loca de por vida. Eso lo entiendes, ¿verdad?
-Cualquiera podría volverse loco de por vida con esa imagen, Arturo.
-Te diré que haremos.
Daniel tomó un cigarro apagado y consumido del cenicero y lo prendió. Las manos le temblaban y ya no le importaba disimularlo.
-En este momento voy a irme. Voy a decir que no te encontré. Pero me van a mandar a que regrese mañana. Necesito que le consigas un lugar a tu mujer y a tu nena. Que mañana te encuentre solo en este mismo lugar.
-No sé donde dejarlas.
-¡No sé Daniel! Ese es tu problema. No eres lo suficientemente ingenioso para conseguir el dinero, pero más vale que seas lo suficientemente ingenioso para encontrarles un lugar a ellas dos para mañana. Salvo que quieras realmente arruinarle la vida entera a tu hija, ¿se entiende?
-Voy a tener que esforzarme.
-Por primera vez en tu vida.
-Y me parece válido.
-Pero escúchame – Arturo tomó el arma de la mesa y apuntó el rostro de Daniel como quien advierte algo -no te vayas a escapar. No lo intentes. Porque vamos a encontrarte tarde y temprano y ahí si vamos a estar enojados
-Entendido.
-Así quedamos.
-Si. Así quedamos.
Arturo se levantó y se puso las botas, tomó la billetera, las llaves y enfundó el revolver. Se puso el abrigo y terminó su whisky de pie al lado de la mesa. Caminó hasta la puerta de la calle y Daniel la abrió. Arturo salió en silencio y Daniel cerró la puerta.
Daniel levantó del piso la ropa y la volvió a poner desprolijamente sobre la silla al lado de la mesa. Se prendió el ultimo cigarrillo que le quedaba.
Afuera el viento seguía soplando fuerte mientras truenos enormes empezaban a estallar del cielo.
La puerta de la habitación se abrió lentamente. La mujer de Daniel entró al comedor despeinada y dormida, cruzada de brazos.
-Es tarde Daniel… ¿Porqué tanto ruido? ¿Con quien hablabas?
-Con nadie. No importa. Sólo era un amigo.
-Vos y tus malas juntas.
-No. Éste no es de las malas juntas, no te preocupes. Andá a dormir.
-A mí no me des órdenes…
Ella volvió a la habitación y cerró la puerta suavemente luego de entrar. Al menos la nena no parecía estar despierta. Daniel terminó el cigarrillo, lo apagó y se dirigió a la habitación para dormir un poco.
Afuera la lluvia empezó a caer con fuerza. El viento soplaba hacia todos lados. Parecía un diluvio. No. Era un diluvio. Daniel se preguntó preocupado si Arturo se estaría mojando fuera en la calle. Si estaría bien. Parecía una lluvia peligrosa. El viento movía con fuerza los árboles y los truenos caían furiosamente sobre la ciudad.


by Fede Frisach
Publicado en http://magazinedelicacy.com/variete/ajuste-de-cuentas/

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