sábado, 2 de mayo de 2015

"Galeano" (Magazine Delicacy)

Me senté tomando mate mientras caían lagrimas de mis ojos. Mis movimientos, mis gestos, todo era como siempre cuando tomo mate, sólo que de mis ojos caían lagrimas que goteaban por mis mejillas hasta el suelo. Era mi forma respetable y silenciosa de despedir a Eduardo Galeano. Y mientras lo hacía venían a mi mente todos los recuerdos de aquellas tardes cuando lo leía de pies a cabeza. Recuerdos del subte, de colectivos, del techo de mi casa. Siempre estaba allí comprendiéndolo. Y gracias a él, a sus denuncias constante a los que viven en una fiesta privada abusándose del resto de la humanidad, gracias a sus estudios, a su corazón, pude comprenderme a mi mismo desde otra forma, de alguna manera. Pude calar al sistema, a los enfermos del poder, a los que no quieren que te realices, que te ilumines, que consigas la victoria del goce. Gracias a Galeano comprendí que había otra realidad fuera de la televisión, de la radio y el noticiero. Yo había nacido en una familia neurótica, y Galeano fue uno de los primeros salvavidas que llegaron a mí.
En esa época yo estudiaba cine en una escuela privada y la cosa no caminaba bien. Y gracias a todo lo que leí, mas una fuerte intuición y corazonada, me fui de viaje solo, sin mucho dinero, sin destino, lejos, en busca de algo más. Necesitaba despertarme. Fantaseaba con llegar a chamanes, a conocimiento sanador. Y llegué. Y me sané. Y por eso las lágrimas caían de mis ojos el suelo por mis mejillas. Eduardo Galeano había muerto a sus 74 años. Un lunes. Y hoy, de alguna forma, soy lo que soy gracias a aquellos libros que él escribió. Ahora su nombre y su apellido y su obra era patrimonio total de la humanidad. Se había convertido al fin en un fugaz recuerdo que se olvidaría con el paso de los milenios, guardado por siempre en el recuerdo dentro del cerebro de un ser superior que nos sueña.
Pero de todas formas, y luego de leerlo mucho, me alejé de su obra. Me hartó un poco tanta crítica, tanta izquierda vehemente y necesité algo más de tierra firme donde avanzar. Pero luego pude comprender que ésa crítica era alma, su oficio, su trabajo. Que ése era su mensaje. Y que simplemente había detrás de él un sentido común amplio y humano que necesitaba ser reconocido, que necesitaba sanar las heridas de tanta historia bélica. Era un uruguayo que hablaba por las comunidades originarias, por los derechos de los silenciados, de los violados, de los torturados, de los asesinados, de los desaparecidos, de los mutilados, de los sentenciados. Hablaba por los comunistas, por los judíos, por los gitanos, por los homosexuales, por las mujeres, por los niños, por los presos, por la ecología, por el ecosistema, por los pobres, por los inválidos, por la conciencia iluminada que se ve obstaculizada por un pequeño grupo reducido de enfermos dementes que nos retienen a todos con sus locuras de violencia y poder. En fin: Galeano luchaba por todo lo que sufría la brutalidad del hombre enfermo.
Él era la voz de una conciencia que necesitaba expresarse, ahogada hace milenios.
Y por eso me moví de mi comodidad, por eso salí a viajar por esta tierra, por eso hoy soy lo que soy. Y, cómo él mismo decía “no me gusta decir “adiós, prefiero saludar como los Mexicanos, que dicen “nos estamos viendo”. Hay algo mágico en “nos estamos viendo”, como si el contacto nunca se acabara”.
Y mientras las lagrimas caían lo recordaba dulcemente y me repetía para mis adentros “nos estamos viendo, nos estamos viendo”…
cielo


por Fede Frisach
en http://magazinedelicacy.com/variete/galeano/
el 25/4/15


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